lunes, 15 de julio de 2013

I




Mi abuelo Julio era el ser más jodón que puedan imaginar. Era un isleño que medía casi 5 pies de alto, con una sonrisa bonachona, de andar muy lento y de hablar pausado. Nunca lo vi bravo ni molesto con nadie, desde que tuve razón de ser mi abuelo Julio trabajaba en el albergue cañero de aquel pueblito entre cañaverales.
Para bromear no tenía hora ni lugar, eso nos dejó bien claro siempre. Con él podíamos hablar de cualquier tema, siempre estaba presto a ayudar en cualquier labor doméstica sobre todo en la cocina donde era muy diestro a pesar de ser zurdo.
Ahora bien donde más se destacaba este viejo alto, medio calvo y con los pelos canosos era en asistir a cuantos animales necesitaran de su ayuda sin ser veterinario de escuela.
Cuántas vacas con crías atravesadas no salvó, cuántos potros trajo él con sus manos al mundo porque venían de cabeza y así pudieran ser interminables los casos en los que Julio salvó la vida a un animal.
Lo que ni él mismo sospechaba era que un buen día le tocaría traer al mundo a un ser humano, si porque eso también hizo mi abuelo antes que dejara este mundo y se fuera al eterno con esa gracia que solo dios sabe de dónde le salió.
Como él mismo contara después: “la mujer con su familia trataba de llegar a la carretera para trasladarse hasta el hospital, los partos no saben de carros por lo que entraron a casa de aquel viejo buscando auxilio y él con la mayor tranquilidad hirvió agua suficiente, buscó toallas y sábanas limpias y una cuchilla de afeitar nueva.
Con todo el instrumental requerido para esa ocasión sugirió a la mujer pujara lo más que ella pudiera (cual obstetra bien experimentado)… pasaron unos 20 minutos y vino al mundo aquella criatura al filo de las 11 de una mañana de julio sano y sin otro problema que el haber nacido fuera de una institución hospitalaria.
Si vino al mundo este pequeño en el séptimo mes del año y lo ayudó un hombre con ese nombre, no había más que decir ese sería su nombre: Julio. Anda hoy por las calles llevando con satisfacción el nombre de aquel viejo osado que le ayudó a venir al mundo.

Cosas de la vida...



Todavía no tenía la noción exacta de lo que deseaba hacer. Solo sabía una cosa, quería escribir todo lo referente a una familia del campo cubano muy cercana a mí, o por lo menos registrar anécdotas, risibles algunas, sugerentes otras pero llenas de amor todas.
Vivían rodeados de campos caña y plantaciones de cultivos varios fuentes fundamentales de sustento de quienes por esos sitios habitaban. No era de extrañar entonces que se suscitaran historias de vida muy curiosas. Tan solo pretendo enunciar algunas, para hacerlo emplearé algunos títulos o números según surjan en mi mente.
Puede que aparezcan varias historias de un mismo personaje o que se entremezclen unos con otros, esa es mi pretensión.
A algunos les parecerán historias ficticias, mas les aseguro que todo lo que aquí lean será la pura verdad.
Mi abuelo Julio, mis tíos Ruperto, Rodolfo, Juan M. Julio A., mis primos, Jose, Juan, Giraldo, Lorenzo, mi padrino Róger y mi papá Rafael serán parte de los personajes a quienes van dedicadas estas pequeñas historias de vida.
Se preguntarán quizá si no hay mujeres entre mis personajes, les respondo que sí las habrá, pues detrás de estos hombres hay muchas pero muchas mujeres inmensas.
Es este el mejor homenaje que se le puede hacer a una familia que formó parte de mi vida y a la que le estoy eternamente agradecida.












lunes, 1 de julio de 2013

EL MAR EN TUS OJOS



No hay un hoy sin un ayer. Eso mismo pasa con algunas amistades, las llevamos junto a nosotros en los buenos y malos momentos. A mi me pasa con este poeta, periodista y gran amigo Rogelio Ramos Domínguez. Hoy les dejo con un poema suyo. 


Miro a tus ojos

el mar

adentro

me ves desde lejos

desde aquí tus grupas me niegan el orden

dos palabras

no entiendo

el mar me golpea desde tus ojos

toco tus pies ardes en cuatro puntos

¿cardinales?

Miras

mis dedos abren el círculo

cobre abierto

me hundo en ti

el mar de tus ojos

me ilumina.